Las Haciendas
La hacienda dominaría por siglos el paisaje de la producción agropecuaria del país y como propiedad territorial, fue la riqueza más prestigiada. La palabra HACIENDA, que significaba haber o riqueza personal en general, se fue aplicando para designar una propiedad territorial de importancia, la cual exhibía orgullosamente como pertenencia de una familia.
La gente más o menos sencilla o menos arriesgada, pero dispuesta a aprovechar la mano de obra indígena, fundó estancias agrícolas y ganaderas, que pronto produjeron buenas cosechas y mucho ganado menor y mayor, formándose con ellas las unidades económicas conocidas con el nombre de HACIENDAS.
La concentración de la riqueza material en las haciendas, era denotable y su desarrollo abarcó los siglos XVI, XVII y XVIII, muchas de las cuales perduraron hasta el siglo XIX (no pocas destruidas en las luchas por la Independencia y durante la Reforma). Otras ya en el siglo XX fueron atomizadas por la Revolución y el agrarismo.
De aquella época aún quedan vestigios con los cascos de hacienda que de una u otra forma se han conservado. Por su construcción , las haciendas daban la impresión de enormes fortalezas, con altos muros y contrafuertes, con capilla y campanario, y sus fachadas de cantera decoradas con mosaicos de talavera; con torreón de vigilancia, amplios patios, puertas forjadas de bellos herrajes, largos corredores llenos de macetas. Además todas las grandes haciendas contaban con lugares propios para maquinaria y herramientas.
Podemos mencionar la hacienda ganadera de Ciénega de Mata, Jalisco, representativo cabecera de mayorazgo de la familia Rincón Gallardo.
Estableciendo generalidades vale mencionar que en la Nueva España hubo haciendas dedicadas a beneficiar los metales, con grandes patios apropiados para la continuidad del proceso, como la de San Miguel Regla, Hidalgo y la de San Gabriel de la Barrera, Guanajuato. Otras a las pertenecientes a las congregaciones religiosas, estaban construidas en una planta a la manera de conventos, con capilla doméstica, claustro, arquerías sencillas y bóvedas de cañón, como la hacienda de Xalpa, en Huehuetoca y la hacienda de Santa Catalina, en Lerma, ambas en el estado de México.
Marquesa de Rivas-Cacho
Ha sido tradicional la prosperidad de las haciendas pulqueras y aún en nuestros días se distinguen por su inmenso poder material como las del estado de Hidalgo, donde las más famosas se ubican en los llanos de Apan, pero las hay en Tlaxcala y en el centro. Algunas de ellas son: Tlalayote, San Miguel de las Tunas, Chimalpa, Tetlapayac, Mimiahuapan, Quintanilla, San Nicolás el Grande, todas con inmensos tinacales y trojes para almacenar cargas de cebada, maíz y pastura, con agostaderos para pastar el ganado menor, el vacuno y el caballar.
Los cascos de las construcciones los determinaron el destino, el clima y la topografía, pero en general las haciendas estaban fabricadas con un depósito para maquinaria y herramientas, con cochera, sillero, cuartos para huéspedes, alambique, tienda, capilla, escuela, caballerizas, macheros, corrales, zahurdas, carrocería, herrería y habitaciones para peones, tlachiqueros y sirvientes llamándose al conjunto curatería o calpanería. Refiriéndonos a los mayorazgos (fundaciones de personas con bienes raíces agrupados y transmitidos a los primogénitos o mayores, por medio de la herencia), apreciamos que la finca cabecera es la parte más cuidada del patrimonio y sus cascos arquitectónicamente son parecidos a los de las haciendas llamadas de "bienes libres", donde cada propietario se esmeraba en aumentar la productividad y mejorar la propiedad (administración, habitaciones, comodidades, lujos). Las edificaciones tienen la disposición de los edificios civiles, como la hacienda de Clavería en Tacuba, D.F. donde la "casa grande" comprende las habitaciones principales y un gran patio y otro secundario con locales para el servicio.
En los mayorazgos la fachada principal a veces cierra parte de las demás construcciones (habitaciones para dependientes, trojes, caballerizas, etc.) e incluye jardín al frente como la hacienda de San Miguel de Mendocinas en Huexotzingo, Puebla, la hacienda de los Morales en México, D.F.
Se podrían contar cientos de cascos en toda la extensión de México, pero fue en el centro donde quizá se construyeron más.
Por lo regular las haciendas estuvieron rodeadas por un número indeterminado de ranchos que reconocían la administración general (mayordomo, rayador, peones acasillados, semaneros y cuadrilleros, caporal, pastores, etc.) quienes se dedicaban a sembrar maíz, cebada y otras cosechas de temporal.
Las haciendas pulqueras, contaban con personal para la conducción del producto y podríamos decir que todas poseyeron animales (de tiro o troncos de mulas, bueyes y muchas veces soberbios caballos importados) carros, carretas y carruajes de lujo.
Las haciendas ganaderas fueron muchas, se encuentran esparcidas por todo el país y varias han quedado como monumentos artísticos, cada una con el estilo arquitectónico de la época, modificadas o simplemente reconstruidas. Todas formaron el espacio donde nació y de donde trascendió lo charro a la república y al mundo.
Un personaje es el caporal que generalmente conoce algo de medicina veterinaria, sabe curar y diagnosticar algunas enfermedades: es quien da las ordenes a los vaqueros para que recorran los potreros verificando que todo lo clasificado guarde su lugar, que las canoas tengan sal y que las cercas y los aguajes estén bien, que no haya animales lesionados, etc.
Entre las haciendas ubicadas en los actuales estados de la República, de sur a norte, se encuentran: en Morelos: Temixco, Real del Puente, Cocoyoc, Sebastopol y San Carlos; en Tlaxcala: San Bartolomé y San Cristóbal Zacacalco; en el Estado de México: Huixcoloco, San Juan Tlacatecpan, Xalpa, Santa Mónica, Rancho de la Cofradía, Santa María Pipioltepec y la Gavia; en Hidalgo: Tzontecomate, Tecajete, San Lorenzo Tlahuelilpan; en Querétaro: La Laja, La Llave, Lira, Galindo, Tequisquiapan, Chichimequillas, Amazcala y La Griega; en San Luis Potosí: Santiago, Bledos, Carranco, La Ventanilla, Calderón, San Pedro Gogorrón, La Pila, La Sauceda, Peñasco, Guanamé y San Diego Ríoverde.
Las haciendas agrícolas se distinguen entre las que satisficieron el mercado interno y las que produjeron para la exportación. Las haciendas agrícolas llegaron a ser prósperas por la protección oficial que recibieron y porque las vías de comunicación facilitaron su desarrollo aplicando un nuevo estilo de explotación en el campo, al manejar los intereses particulares con un verdadero espíritu de empresa, explotando y tomando muchas ventajas a los peones. Del autoconsumo, se proyectaron al mercado nacional y luego al internacional.
Armas de Padilla
Las haciendas tradicionales cuidaron más del prestigio que de obtener ventajas y utilidades, y no correspondió en ocasiones la producción a la cantidad de tierra y capital invertido. En cambio, los hacendados-empresarios hicieron producir sus tierras al máximo sembrándolas con productos de exportación que les redituaron muy buenas ganancias: cacao, café, henequén, caucho, azúcar, etc. No se interesaron por producir alimentos para atender las necesidades y la dieta del mexicano, de modo que este proceder repercutió en perjuicio de la gente del pueblo, por los altos precios de la escasa producción (maíz, frijol, etc.) de los productos básicos.
Debido a las necesidades de las haciendas, sobre todo en la atención del ganado mayor que era en algunas tan numeroso, expertos vaqueros, caporales y otros trabajadores se ocupaban de faenas en las que sobresalía el arrojo y la destreza que el tiempo y el oficio les había dado. Esas habilidades y destrezas eran puestas de manifiesto en los herraderos, capaderos y rodeos. Desde aquellos tiempos se practicaron las formas de lazar, colear, pialar, manganear, etc.
Hacienda de Molino de Flores
Virrey de la Nueva España Don Luis de Velasco y Castilla
El Molino de Flores es el antiguo casco de una hacienda que se localiza en el municipio de Texcoco, a una hora de recorrido desde el centro de la Ciudad de México.
En los alrededores de esta hacienda se encontraban durante la época prehispánica los famosos jardines que el rey Nezahualcóyotl mandara construir en las cercanías de la población indígena de Texcoco durante el siglo XIV. Esta hacienda tiene sus orígenes poco después, con la llegada de los españoles a la zona en el siglo XVI, cuando el peninsular Juan Vázquez obtiene la merced real para establecer un batán, es decir, una propiedad que iba a ser destinada a la producción de textiles. Tiempo después, se inició en la hacienda la producción de harina de trigo, cuya explotación dejó importantes dividendos a la propiedad que rápidamente se convirtió en una de las más prósperas de la región, que adoptó su denominación actual debido al apellido de uno de sus dueños, Alfonso Flores de Valdez.
Don Josemaria de Cervantes y Altamirano de Velasco Flores de Valdes y Urrutia de Vergara
Conde de Santiago de Calimaya
La mayor parte de las construcciones del Molino de Flores fueron emprendidas por Don Miguel de Cervantes y Velasco, marqués de Salvatierra, quien emprendió la edificación de la Casa Principal, el pórtico de acceso, el templo de San Joaquín y la capilla del Señor de la Presa. Según cuenta la tradición, esta última construcción fue realizada para conmemorar una aparición milagrosa en las laderas de piedra que bordean el río Cuxcahuaco, mismo que atraviesa la propiedad. Un hecho singular de esta capilla es que está en parte sostenida por las laderas del río, al haber sido prácticamente excavada sobre la roca, de manera similar a la pirámide de Malinalco. Don Miguel de Cervantes y Velasco también realizó la traza de los jardines de la propiedad que fueron engalanados por flores, fuentes y varias cascadas.
Esta hacienda siguió en auge hasta la época porfiriana, cuando en adición a las actividades antes mencionadas, también se producía gran parte del pulque que abastecía a la Ciudad de México. Sin embargo, con la llegada de la Revolución Mexicana la propiedad fue abandonada y sufrió un fuerte deterioro que dejó gran parte de sus edificios convertidos en ruinas, hasta que el lugar fue declarado Parque Nacional por el presidente Lázaro Cárdenas en 1937.
En la actualidad ese mismo deterioro constituye uno de sus atractivos, ya que el Molino de Flores ha visto filmar entre sus muros más de cincuenta películas mexicanas y extranjeras. Asimismo es un importante sitio de recreo para los habitantes de las comunidades vecinas que lo visitan principalmente los domingos y constituye además un buena escapada de medio día para quienes viven o visitan la Ciudad de México.
Castilla y Altamirano, Mendoza , De Velasco,Ovando,Rivas-Cacho
A 3 Km. al oriente de la ciudad de Texcoco encontramos el casco de la que fuera la "Hacienda Molino de Flores"
Históricamente el primer registro documental que se tiene del Molino de Flores se remonta al último tercio del siglo XVI, cuando se le otorga a Joan Vázquez, en Mayo de 1567, la Merced Real que le permitía construir un sitio de batán (pequeña factoría de paños y jerguetas) "al pie de una cuesta grande a la caída de un arroyo que por la falda de dicha cuesta viene", para utilizar la fuerza del agua en el movimiento de sus rústicos equipos. Aún se conservan la represa, las compuertas, los tiros de agua y las piedras del molino en el interior del casco.
Para el año de 1599 se suscitó en éste lugar un hecho que consideramos fue el primer juicio por la protección ambiental registrado en México; los vecinos de Texcoco demandaron a Pedro de Dueñas por contaminar, con aguas de desecho del batán, el río Cozcacuaco que surtía las fuentes de la ciudad, obligando al hacendado a trasladar su factoría a un par de kilómetros río abajo, donde las aguas contaminadas no fueran regresadas al cauce del río.
La hacienda de Tuzcacuaco o Cozcacuaco, pasó a ser la "Hacienda del Molino de Cozcacuaco" hasta el último tercio del siglo XVII en el que se le empezó a conocer como "Hacienda Molino de los Flores" después de la compra que hicieran Don Antonio Ruíz de Vergara a Pedro Dueñas hijo, de la venta a Don Antonio Urrutia de Vergara, y de la creación del mayorazgo que este último formara a favor de su nieto Don Agustín Flores Urrutia de Vergara, hijo de Doña Ana Urrutia de Vergara y Don Antonio Flores de Valdéz, en el año 1667.
Después de su paso por varia manos de familiares cuyos apellidos fueron Flores de Valdéz, Urrutia de Vergara, Altamirano (Condes de Santiago Calimaya), llegó el mayorazgo por línea directa de la familia a Doña Ana María Velazco y Ovando, casada con Don Ignacio Cervantes, padre a su vez de Don Miguel de Cervantes y Velasco y de Don Josemaría de Cervantes y de Velasco con nutrida descendencia , ambos Marqueses de Salvatierra por sus títulos de nobleza adquiridos de sus familiares.
Don Miguel de Cervantes y Velazco falleció en 1864 y su hijo Don Miguel de Cervantes y Estanillo en 1901, por lo que la hacienda, ya desde muchos años atrás conocida como "Hacienda Molino de Flores", quedó de herencia para sus hijas Doña María Matilde Cervantes Viuda de De la Horca y Doña Ana María Cervantes y Terreros, nietas a su vez de Don Pedro Romero de Terreros y Villamil, Conde de Regla. Después de la revolución mexicana iniciada en 1910, donde la hacienda fue saqueada y quemada, con la reforma agraria le expropiaron las primeras 889 hectáreas de un total de 1743.5 que medía su propiedad, por lo que la superficie restante la pusieron a la venta siendo la norteamericana Eva M. Escales quien la adquirió sin poder tomar posesión nunca de ella pues el gobierno la expropió en 1937, repartiéndolas a los campesinos de las zonas cercanas, dejando únicamente la superficie de 55 hectáreas para crear el Parque Nacional Molino de Flores Nezahualcóyotl. En 1950 le pagaron a la Señora Escales una indemnización equivalente al 50% del precio que ella había pagado por la propiedad.
arriba un capitel de estilo clásico donde se colocó el nombre de Molino de Flores, una moldura circular para la carátula del reloj y abajo de éste, un monograma con las iniciales MCV.
La historia de estos parajes cercanos a Texcoco está íntimamente vinculada a esta ciudad que fue, en tiempos prehispánicos, asentamiento de uno de los señoríos más poderosos del Anáhuac y residencia de monarcas, entre los que sobresalió el rey, pacta y filósofo Netzahualcóyotl, quien gobernó de 1431 a 1472. Cerca de Texcoco están los restos de lo que se conoce como el baño del rey, así como el parque nacional y los restos de una hacienda colonial.
Don Antonio Urrutia de Vergara, diseñador de diversos aparatos para apagar incendios durante el siglo XVII, fue el dueño del lugar donde funcionaba un molino, el cual heredó a su yerno, Antonio Flores de Valdés en 1642. De ahí el nombre de Molino de Flores.
Con el tiempo, la hacienda cambió de dueños y se fueron construyendo los sitios que ano podemos visitar como son la capilla, la casa de los dueños, las caballerizas, las amplias cocheras, las trojes (donde se guardaban los granos), el tinacal donde se elaboraba el pulque y un panteón familiar. Debido a la irregularidad del terreno se hicieron numerosas rampas, terrazas, escalinatas, jardines y cascadas.
Este lugar, frecuentado por virreyes y encumbrados personajes de los siglos XVII y XVIII, hoy se ha convertido en un parque recreativo donde hay juegos infantiles y se puede ir de día de campo.
El acceso es por la autopista a Texcoco. Después de esta población tome el camino que conduce a San Miguel Tlaixapan y después de 3 km llegará a Molino de Flores.
Armas del Marques de Salvatierra
No hay comentarios:
Publicar un comentario