sábado, 2 de julio de 2011

Bellas Artes.











La historia del Palacio de Bellas Artes
En el siglo XIX la ciudad de México contó con un Teatro Nacional llamado también Teatro Santa Anna, que se encontraba en la calle de Bolívar (antes Vergara) y cerraba la de 5 de Mayo. Fue construido de 1842 a 1844 por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. En ese teatro se estrenó el Himno Nacional el 15 de septiembre de 1854. Con el objeto de que la calle de 5 de Mayo pudiera prolongarse hasta San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas) el teatro fue demolido y el gobierno de Porfirio Díaz prometió que el nuevo Teatro Nacional estaría listo en dos años.




            Para construirlo, se seleccionó el predio donde se encontraba un convento de monjas que tenía el título de La Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel, que había sido fundado el 11 de febrero de 1601. Los edificios que albergaron a las monjas fueron levantados bajo el patrocinio de  Diego del Castillo y Andrés de Carvajal; la suntuosa iglesia que tuvo se bendijo el 24 de julio de 1681 y se inauguró, con las debidas ceremonias de dedicación, dos días después, o sea, el día 26 de julio.(1) Cuando las monjas fueron exclaustradas en 1861 el inmueble se vendió, la iglesia se utilizó como bodega y fábrica de sedas; en tanto que el convento, según lo vio Manuel Ramírez Aparicio en 1861, se había convertido en “varias casas de particulares, amplias y cómodas, como debe suponerse, y de una fisonomía agradable y enteramente mundana en especial las que dan a la Alameda.”(2) El gobierno de Porfirio Díaz se hizo del terreno y demolió lo que quedaba de aquel viejo convento para levantar el nuevo Teatro Nacional.










Los proyectos se encargaron al arquitecto italiano Adamo Boari en 1903, quien comenzó los trabajos el 1º de octubre de 1904. Debido al movimiento revolucionario y a la falta de presupuesto, las obras se suspendieron en 1913. De 1919 a 1923 quedó al frente de los trabajos el arquitecto Antonio Muñoz García. Por decreto de Álvaro Obregón, el Teatro Nacional amplió sus expectativas y puede decirse que abrió la posibilidad de convertirse en el hoy Palacio de Bellas Artes, con museo, biblioteca, salones de conferencias, etcétera. El 4 de junio de 1924 se colocó el plafón-vitral de la Sala de Espectáculos.(3) Se volvieron a suspender los trabajos, por lo que en 1927 Adamo Boari presentó un proyecto para transformarlo en cine; le llamó Cinema México; su idea era adaptarlo a las necesidades modernas del país y darle fin a ésa, que él mismo consideró como su obra más importante.(4) Obviamente ese proyecto no fue aprobado por las autoridades, en vista de que pretendían dotar al país con un recinto para el gran arte, así que los trabajos del edificio se reanudaron en 1930 a cargo de los arquitectos Federico Mariscal y Alberto J. Pani. El Palacio fue finalmente inaugurado el 29 de septiembre de 1934, con la puesta en escena de La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón.












  Por el tiempo que se llevó su construcción, los cambios de estilo se sucedieron, de manera que de haber sido proyectado como un edificio neorrenacentista con una importante influencia del art nouveau, terminó como un edificio con elementos art déco y figuras que recuerdan el arte prehispánico, propias del nacionalismo que dominó la cultura mexicana hasta los años sesenta del siglo XX.

El Palacio y sus obras de arte
El Palacio fue construido con estructura de hierro. Hacia el exterior, sus muros se encuentran cubiertos por sillares de mármol blanco y en el interior los mármoles seleccionados fueron de diversos colores procedentes de Durango, Querétaro y Morelos.
            Además del valor del edificio, se tienen que agregar las obras de arte que resguarda. Se puede comenzar por los pegasos que se encuentran en la plaza, frente a la entrada principal, realizados por el escultor catalán Agustín Querol. El pórtico semicircular se encuentra flanqueado por las representaciones de La Juventud y La Edad Viril, de André Allar. También se colocaron, en diferentes espacios, las esculturas que procedían del proyecto inconcluso del Palacio Legislativo, que también había sido proyectado durante el gobierno de Porfirio Díaz, como La Paz de Paul Gasq y La Verdad de Honoré Marqueste.


Sobre el pórtico se abre un gran balcón de planta elíptica en cuyo tímpano se encuentra un relieve de Leonardo Bistolfi con la representación de La Armonía, rodeada de los estados del alma musical: dolor, ira, alegría, paz y amor. Sobre el arco, hallamos dos grupos de esculturas que simbolizan La Música, a la izquierda, y La Inspiración, a la derecha, ambas realizadas también por Bistolfi.
            Toda la fachada se encuentra coronada por una greca que rodea el borde superior del edificio. Llaman la atención, a lo largo del perímetro del Palacio, algunos adornos tallados en forma de monos, coyotes, caballeros águila y los mascarones que representan las estaciones del año. Parte de la herrería fue diseñada por Alessandro Mazzucotelli y otra parte por Luis Romero Soto, y realizada por artistas mexicanos.
            Hacia la fachada se levantan tres cúpulas de cerámica, color ámbar; en la central, el artista húngaro Géza Maróti realizó un grupo escultórico formado por cuatro figuras femeninas aladas que representan el Drama, la Tragedia, lo Cómico y la Alegría, rematadas por un águila con las alas extendidas. Las cúpulas cubren el gran vestíbulo del Palacio, el cual, tal como ocurre con el resto del edificio, es de limpias líneas geométricas cubiertas en su totalidad, como he asentado, por mármoles de diferentes colores. Destacan en ese espacio, las taquillas, el elevador y las lámparas, de inspiración futurista.
            En su interior, el edificio tiene tres pisos. En el primero, se encuentran los murales de Rufino Tamayo que representan el Nacimiento de nuestra nacionalidad y México de hoy. En los muros del segundo piso se despliegan murales de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. De Orozco, Catarsis; de Siqueiros, Nueva Democracia y Homenaje a Cuauhtémoc; y de Diego Rivera, El hombre en el cruce de caminos, La Dictadura, La danza de Hichilobos y México folklórico y turístico.




En el primer descanso de la escalinata central se abre la entrada principal del teatro, cuya puerta está adornada con máscaras de Tláloc fundidas en bronce. A sus costados, asentadas ya en el primer piso, se levantan dos pilares-lámparas que rematan con la máscara de Chaac. En la sala destaca, sin duda, el escenario, con el arco del proscenio de mosaicos que representa la historia del arte teatral, proyectado y realizado en Budapest, en los talleres de Géza Maróti. Y sobresale, indudablemente, su telón de cristal que representa los volcanes Popocatépetl e Ixtaccíhuatl, diseñado por Gerardo Murillo, Doctor Atl, y elaborado por la casa Tiffany de Nueva York, para servir de cortina o telón incombustible.

            En todo el hemiciclo, los balcones y graderías se encuentran cubiertos de mármol en tonos cremas y verdosos; sus arcos son apuntados y su herrería art déco. Cubre la sala un plafón de cristal de diversos colores, con la representación de Apolo rodeado de las musas, realizado también por Géza Maróti.(5)
La sala principal y su reciente “restauración”


Gracias al valor del edificio y de las obras de arte que contiene en su interior, el Palacio de Bellas Artes fue declarado Monumento Artístico mediante el decreto expedido por el Presidente de la República Miguel de la Madrid Hurtado, publicado en el Diario Oficial de la Federación el día 4 de mayo de 1987. De igual manera, para elaborar la recomendación que desembocó en la declaratoria de Patrimonio Mundial del Centro Histórico de la ciudad de México y Xochimilco, el mismo año de 1987 el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS, por sus siglas en inglés) resaltó la importancia histórico-estética de los monumentos que forman parte de la declaratoria, enfatizando la relevancia del Palacio de Bellas Artes en los siguientes términos: “Además de los vestigios de los cinco templos aztecas localizados hasta ahora, la ciudad posee la catedral más grande del continente, y hermosos edificios públicos de los siglos XIX y XX como el Palacio de Bellas Artes.” Por tales razones, todas las intervenciones que tuvieron lugar en el Palacio para garantizar su funcionamiento, su dignidad y su decoro, debieron de respetar las normas de conservación nacionales e internacionales como lo establece la propia declaratoria presidencial.














Pese a ello, la última intervención que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes, especialmente en la Sala Principal, del año de 2009 al de 2011, contravienen todas las disposiciones legales y todas las normas en materia de conservación y restauración de monumentos declarados Patrimonio Nacional y Patrimonio Mundial de la Humanidad. En tal sentido, es muy claro el dictamen del ICOMOS Mexicano y el análisis de los especialistas en cada materia.(6)
            Lo primero que denuncia ese organismo dependiente de la UNESCO es que “los arquitectos responsables del proyecto de acabados y de la coordinación general no son restauradores de arquitectura del siglo XX y carecen de experiencia en intervenciones en obras de calidad histórica y artística” y además, “para las otras áreas técnicas, ninguno de ellos partió para sus proyectos de la consideración del valor excepcional del edificio por intervenir (acústica, isóptica, iluminación y mecánica teatral y seguridad de público), cuando éste debió ser el criterio primordial”.
            Al parecer, el criterio central para llevar a cabo estas intervenciones, fue la de convertir la Sala de Espectáculos del Palacio de Bellas Artes en una sala de usos múltiples, decisión que, afirman los especialistas de ICOMOS, “fue un error de principio, que acarreó el indebido desplazamiento de la mecánica teatral original y, al dejar la superficie del foro sin la pendiente, se alteró inevitablemente y de manera negativa, la geometría original de las áreas de espectadores, no sólo en lo que respecta a la visibilidad, sino a la acústica, a los movimientos del público y la seguridad del mismo”.
            Además de la muy baja calidad de los materiales que ahora recubren las superficies de la Sala (pisos, plafones, paredes, antepechos y puertas), como bien dicen los especialistas del ICOMOS, no tienen ninguna característica compatible con el lenguaje decorativo original de la sala. En efecto, como pude constatar en el visita que llevamos a cabo los miembros del ICOMOS Mexicano el día 24 de enero de 2011: la baja calidad de los materiales empleados nada tiene que ver con los mármoles y bronces manejados en todo el Palacio y mucho menos con el telón de cristal y el plafón que cubre la sala.




Al fondo de la luneta se instaló una cabina, la cual, según el dictamen mencionado, es “excesivamente notoria por sus dimensiones y luminosidad”. Para instalarla, se “suprimió un pasillo y una de las cinco puertas que permitían el acceso a la sala y, sobre todo, su desalojo en caso de emergencia […] de esta manera, el acceso principal a la sala del Palacio de Bellas Artes conduce ahora a la cabina desde donde se controlan los actuales equipos de sonido e iluminación”. Estos equipos, por cierto, no mejoran el sonido, de acuerdo con los especialistas del ICOMOS Mexicano (Eduardo y Omar Saad). A reserva de hacer un análisis más detallado, resulta que el equilibrio de la reverberación se invirtió, lo que lógicamente hace casi imposible la existencia de sonidos claros y limpios.
            A todo ello se agregan una serie de despropósitos imposibles de explicar cabalmente. Por ejemplo, se desmontó toda la mecánica teatral original y se trasladó a una bodega, “sin la certeza sobre su destino y a sabiendas de que sin un proyecto claro para su reutilización, todo ese material está condenado a la desaparición, perdiéndose con ello el testimonio histórico del mecanismo, que permitió su operación durante muchas décadas, del inmueble más representativo de la primera mitad del siglo XX, y verdadero ícono de la cultura y el arte en México”, como bien han expresado los especialista del ICOMOS Mexicano. Es de hacerse notar que, como todos sabemos, con esa maquinaria se celebraron normalmente y sin contratiempos importantes las temporadas de ópera, danza y música sinfónica hasta el momento de que las autoridades del INBA decretaran su cierre para llevar a cabo las remodelaciones de la Sala Principal. A ello se agrega algo tan ofensivo como todo lo que he reseñado: la histórica cortina roja del foro fue convertida en cojines que se venden en la tienda del Palacio de Bellas Artes como “recuerdo”, sin ningún respeto por el edificio como testimonio o documento de alto valor histórico, sólo considerando su valor material.


  Finalmente, lo que resulta verdaderamente preocupante es la estabilidad del edificio, como consecuencia de haber retirado la mecánica teatral con su concha acústica, pues se tendría que evaluar (dice el doctor Enrique Santoyo) si el peso de la tramoya actual equivale al que tenía originalmente. Más grave, quizá, sea que en el lado poniente del Palacio de Bellas Artes se construyó una cisterna sin que se sepa si para ello se llevó a cabo una evaluación geotécnica para decidir su ubicación. Pero además, antes se hicieron excavaciones en el lado oriente del Palacio para construir esa cisterna, pero al haberse encontrado restos del convento de Santa Isabel se cerró, con lo que se perdió la compactación original del terreno y tampoco se sabe si se rellenó esa zona con la misma masa de tierra que tenía para dejarla con un peso similar al que tenía. Como todos sabemos, el Palacio de Bellas Artes se encuentra edificado sobre un subsuelo fangoso y se ha levantado respecto al nivel original que tenía cuando se estrenó en 1934, pero el hundimiento de la zona aledaña no afectó su estabilidad; ahora, con toda esta intervención, el riesgo es que el propio edificio presente movimientos diferenciales que puedan romper el Palacio de mármol.

            En consecuencia, el ICOMOS Mexicano concluyó que “la intervención realizada en el interior del Palacio de Bellas Artes constituye una violación a los principios de conservación internacionalmente reconocidos”, por lo que ya han solicitado “una Misión reactiva al Centro de Patrimonio Mundial y al ICOMOS Internacional, que evalúe los daños causados y determinar los pasos que deban seguir el Gobierno Federal y las instancias responsables de los mismos”, y se formará en ese mismo organismo un cuerpo consultivo de expertos internacionales y mexicanos “que efectúe los estudios técnicos necesarios para determinar las acciones a tomar por los daños patrimoniales causados al Palacio de Bellas Artes”.


 En vista de la importancia que tiene, por ser ese monumento el espacio cultural más importante y emblemático de nuestro país, sería necesario que las autoridades correspondientes evaluaran la pertinencia de aplicar el Artículo 4º del Decreto Presidencial en el que se declara a ese edificio Patrimonio Artístico, que a la letra dice: “La contravención o simple inobservancia de las disposiciones del presente decreto será sancionada en los término previstos en las leyes aplicables a la materia”, o sea, los previstos en la mencionada Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de México, vigente desde 1972. Pero sobre todo, deben vigilar que se garantice en términos absolutos la estabilidad del edificio y el restablecimiento del decoro, la dignidad y el funcionamiento adecuado de la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes.











No hay comentarios:

Publicar un comentario